LA PROEZA DE LLEGAR

LA PROEZA DE LLEGAR
No es la última mirada la que marca nuestro destino

lunes, 10 de mayo de 2010

Juegos Olímpicos Escolares


A veces, cuando miro a mi alrededor y lo que veo no me gusta mucho, me pregunto qué parte no estaré haciendo bien, porque mi ombliguito redondo y bien formado me grita que yo también formo parte de esto, aunque sea en una medida minúscula. A veces, para poder situarme de nuevo, miro hacia atrás y pienso en aquello que me impulsaba, en aquellas pequeñas cosas que me daban la energía suficiente para continuar mi búsqueda. No eran grandes cosas, más bien pequeños detalles, momentos que se magnificaban por la ilusión con la que se esperaban y se recibían. Y a veces, los añoro con tanta nostalgia, que cuando llega la vida por sorpresa y se enciende una ilusión, incluso en los corazones de otros, siento como si ese halo que los sueños por cumplir desprenden me renovaran por dentro.
Vivo en un pueblo a caballo entre lo rural urbano y lo urbano con pinceladas rurales en un Madrid que nunca volverá a ser lo que era. Tengo dos hijas en edad de pre-desesperarse que me arrastran los días laborables, y los festivos que les dejo, a sus quehaceres más variopintos. Pregunto poco y me adapto, con dificultad bastante bien disimulada, a sus peticiones, porque, en general, son bastante más razonables que las que yo podría imponerles en aras de una educación que calmara unas ansias, que a Dios gracias no me nacieron, de supermadre ejerciente y preparada. Y en éstas, que me veo, una mañana bastante desapacible de domingo en las gradas de una Ciudad Deportiva que a no ser por esto seguramente no habría pisado en mi vida, expectante y desorientada, mirando a todas partes en general y al cielo en particular, esperando la inauguración de unos Juegos Olímpicos Escolares en los que siquiera habría reparado, a no ser porque a una de mis hijas le han puesto en su camino personas que aman lo que hacen, y eso es, a ciertas edades espirituales, saludablemente contagioso.
Durante casi tres semanas estuvo detrás de mí más que convenciéndome sugiriéndome que podía estar bien que nos acercáramos. Yo la miraba sonriente porque veía en ella prender una ilusión, pero no me decantaba. La observaba complacida y complaciente. Hasta el último momento estuvo esperando mi confirmación, y se la di.
El acto fue sencillo, bastante improvisado, pero muy emotivo. La ilusión de los chavales, los promotores del evento y el público en general, era más que contagiosa. Hacía fresco, pero la música calentaba los espíritus. Hacia viento pero era perfecto para que ondearan las banderas. Me gustó lo que veían mis ojos, y lo que oían mis oídos. Por un momento intenté imaginar cómo serían las personas que vivieron los primeros Juegos allá en la antigua Grecia, y no envidié lo que sintieron sus corazones. Estuvimos un buen rato unidos por el verdadero espíritu olímpico y hasta me emocionó la alegría de los que acompañaron la llama de la antorcha. Me alegré mucho de haber estado allí en esos momentos compartiendo con mis hijas algo que a ciencia cierta sé que nunca olvidarán. Me alegré mucho, por ellas, pero también, por todos los demás, y porqué, no decirlo, también por mí misma.



1 comentario:

  1. Efectivamente, no hay nada mejor que dejarse llevar por el auténtico espíritu olimpico, o lo que creemos debió de ser, dejar al margen los intereses publicitarios y demás y dejar que la ilusión prenda en nuestros corazones.
    Un besito.
    Asusa Seguril

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